El poder de los valores honestos en la cultura organizacional: por qué la verdad supera a la perfección
- Danila Pieruccioni
- 30 may
- 4 Min. de lectura

Hace unos años, estábamos sentados alrededor de una mesa, nuestro pequeño equipo de liderazgo—listos para definir los valores de la empresa. Teníamos café, una pizarra, grandes sueños… y absolutamente ninguna idea de por dónde empezar.
Alguien dijo “Innovación.” Otro agregó “Integridad.” Yo escribí “Excelencia” con letra prolija en el centro del pizarrón. Todos asentimos. Se veía bien. Pulido.
Pero después de un largo silencio, alguien preguntó en voz baja:
“¿De verdad vivimos estas cosas? ¿O solo desearíamos hacerlo?”
Y ese fue el momento. Ese instante lo cambió todo.
Nos hizo dejar de fingir. Nos obligó a empezar a decir la verdad.
Para qué sirven realmente los valores organizacionales?
Seamos honestos: muchas veces los valores de una empresa se convierten en decoración, frases bonitas que ponemos en la web o en una presentación. Aspiracionales, vagas y, a veces, completamente desconectadas de la experiencia real de trabajo.
Pero cuando se usan con honestidad, los valores no son decorativos. Son direccionales. Guían el comportamiento. Moldean la cultura. Protegen el propósito. Atraen (y también repelen) a las personas adecuadas.
Pensá en tus valores como una brújula, inútil si no apunta a tu norte verdadero.
¿Qué pasa cuando los valores son solo palabras vacías?
Una vez trabajé con un cliente que proclamaba con orgullo que la “colaboración” era un valor clave. Estaba en las paredes de la oficina, en los materiales de onboarding, incluso en la firma del CEO.
Pero esto fue lo que vi desde adentro:
Jefes de área guardándose información.
Reuniones cargadas de tensión pasivo-agresiva.
Un sistema de recompensas que celebraba a los “héroes” individuales, no al trabajo en equipo.
No es que fueran malas personas, es que no estaban siendo honestos. Su valor no era “colaboración”. Era “autonomía” o quizás “responsabilidad individual”—pero definitivamente no era colaboración.
Esa falta de alineación generó confusión, resentimiento y rotación.
Cuando los valores no son verdaderos, no solo estás comunicando mal tu marca. Estás haciendo promesas que no podés cumplir. Y cuando la gente se da cuenta, la confianza se rompe rápidamente.
Nuestro punto de inflexión: de la perfección al progreso
Volvamos a nuestra historia.
Cuando dejamos de lado los términos genéricos, empezamos a hacernos mejores preguntas:
¿Qué es lo que realmente valoramos?
¿Qué comportamientos reconocemos?
¿Qué cosas nos molestan? ¿Qué celebramos?
Notamos algo sutil pero poderoso: Nuestro equipo no estaba obsesionado con ser el mejor. Estaba obsesionado con mejorar.
La gente hacía preguntas constantemente. Admitía cuando no sabía algo. Se quedaba después de hora para ayudar a otros a resolver problemas, no para pulir presentaciones.
Entonces dejamos “excelencia”. Y agregamos “curiosidad” y “crecimiento”.
También reconocimos nuestras áreas de mejora. Por ejemplo:
Queríamos valorar el “equilibrio entre vida y trabajo”, pero no lo estábamos viviendo.
Deseábamos ser más inclusivos, pero aún no había voces diversas en la mesa.
En lugar de fingir, fuimos vulnerables: Hicimos de “transparencia valiente” uno de nuestros valores. Significaba poder nombrar lo que no funcionaba y comprometernos a mejorarlo, con compasión.
Cuatro razones por las que los valores honestos funcionan mejor (siempre)
La honestidad construye confianza (y la confianza lo construye todo)
La gente no necesita una empresa perfecta. Necesita una empresa en la que pueda creer. Cuando los valores declarados coinciden con los comportamientos reales, las personas se relajan. Dejan de desconfiar. Pueden traer todo su potencial al trabajo.
Cuando no coinciden… La desconfianza aparece. Baja el compromiso. Se van los buenos talentos.
La alineación genera cultura real
La cultura no es lo que está en las paredes. Es lo que pasa en las reuniones, en los conflictos y en las decisiones. Si los valores son reales, aparecen sin ser nombrados. Guían cómo contratás, despedís, priorizás y celebrás.
Los valores honestos alejan a las personas equivocadas (y eso está bien)
Si sos honesto sobre quién sos, vas a atraer a quienes encajan, y a repeler a quienes no. Eso no es exclusión. Es claridad.
En nuestra empresa, hicimos del “autoliderazgo” un valor. Significaba que esperábamos que la gente gestionara su motivación y su tiempo. Algunos candidatos se alejaron. Pero los que se quedaron… prosperaron.
La verdad habilita el crecimiento
Cuando sabés dónde estás realmente, podés crecer con dirección. Los valores falsos construyen una empresa falsa. Los valores honestos te permiten evolucionar desde una base sólida.
Cómo definir valores de forma honesta (y valiente)
Si estás en medio de un proceso para definir o redefinir los valores de tu organización, esto es lo que aprendí; con aciertos, errores y momentos reveladores:
Reflexioná, no actúes Preguntate: ¿Qué premiamos? ¿Por qué cosas despedimos? Estas preguntas cortan la paja enseguida.
Involucrá a tu equipo Tu cultura no es solo lo que decís, es lo que ellos viven. Usá encuestas, talleres, conversaciones abiertas.
Reconocé tus imperfecciones Está bien nombrar valores a los que querés aspirar, siempre que seas honesto sobre eso. “Valoramos la empatía y estamos trabajando para mejorar” tiene mucho más poder que fingir que ya la dominás.
Usá historias, no eslóganes En lugar de una lista tipo manual de marca, compartí ejemplos reales. Mostrá cómo se viven los valores. Hacelos vivir.
Revisalos con frecuencia Tu cultura va a evolucionar. Revisá tus valores cada año. No para cambiarlos porque sí, sino para asegurarte de que siguen reflejando tu realidad.
La verdad es que tu empresa ya tiene valores. Los hayas escrito o no. Te gusten o no. Viven en cómo se comporta la gente, en lo que se premia, en lo que se tolera, y en las historias que tu equipo cuenta cuando vos no estás presente.
Así que si vas a escribirlo, hacelo con honestidad. No para impresionar. Sino para expresar lo que es real.
Porque las empresas en las que la gente se queda, por las que lucha y con las que crece, son aquellas donde los valores no solo suenan bien.
Se sienten verdaderos.
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