Solemos pensar que influir depende de hablar bien, persuadir o tener los mejores argumentos. Pero la verdadera influencia empieza mucho antes, en un lugar menos evidente: escuchar de verdad.
Escuchar no es un acto pasivo. Es una presencia que genera confianza, abre posibilidades y transforma conversaciones. La pregunta es: ¿estamos escuchando para responder, o para comprender?